jueves, 22 de mayo de 2008

EL HORIZONTE VIOLETA


No hay nada más bello
Que lo que nunca he tenido.

J. M. Serrat.




Cierra los ojos y respira hondo. El aire está impregnado de salitre y por unos momentos, mientras está dentro de sus pulmones es el prisionero de su guerra. Abre los ojos. En la fina línea violeta que separa el cielo del mar aparece ella con su pelo rizado y negro. Con sus ojos de niña traviesa y al mismo tiempo serena. Con su vestido transparente dejando ver sus pechos grandes, su vientre plano, su pubis oscuro y sensual y el bajo de la falda difuminado en violeta. Mariela pasea sin mirarlo por la línea que separa el cielo del mar. Por la línea que él no se atreve a cruzar.
Cuando cierra los ojos otra vez los pechos de ella se le aparecen descarados y atrevidos. Lame los pezones y acaricia la curva sinuosa de su cintura mientras se introduce en ella. De repente, ella comienza a evaporarse y la línea violeta se vuelve casi de un rojo sangre cuando el sol se funde por fin en el mar.
Se levanta de la arena y camina con paso cansado hacia el BMV. Pisando el acelerador busca adentrarse cuanto antes en la ciudad, en el asfalto y en lo cotidiano. Porque Francisco Beltrán es un cardiólogo que cree en Dios, en las procesiones de Semana Santa y en el cariño que le tiene a su mujer. Dentro de tres meses será padre. Y ser padre no permite perder el tiempo buscando el refugio de un horizonte violeta.
Pero a veces, cuando se le cansan los ojos de mirar de cerca la muerte y la enfermedad, un eco en su mente murmura en un susurro qué hará ahora Mariela. Cuando alguien le pide un poco de esperanza, cuando ve la desesperación tan cerca, cuando ya no hay nada que hacer, los rizos de Mariela se le enredan en la mente. Y entonces va a ver el mar y piensa que al día siguiente irá al estudio de arte. Pero al día siguiente siempre surgen deberes más urgentes que visitar el estudio de arte.
Cuando llega a casa mira hacia el horizonte y lanza un leve suspiro de alivio al comprobar que ya no hay ninguna franja violeta en el cielo. Mientras la lluvia golpea el cristal de la ventana se sienta en su mecedora y oyendo la música monótona del agua intenta recordar un poema que Mariela recitó en el colegio:
La lluvia nos viene a ver
para que todo vuelva crecer
nos mojará la cabeza
y un constipado
podremos coger...
Era una niña guapa, vital, charlatana, alegre, un poco escandalosa y risueña. Dibujaba como los ángeles creando de la nada cualquier cosa que se le pidiera. Y él nunca se cansaba de mirar cómo sus rizos negros ondulaban en el viento y cómo subían y bajaban siguiendo el compás de su paso como pequeños muelles de alambre. Pensando en ella se masturbó la primera vez. Y la segunda . y la tercera. Y cuando se le apareció en el horizonte violeta. A veces ella se enreda sin que pueda remediarlo entre el cuerpo suyo y el de su mujer y los besos y las caricias son para ella aunque siempre se escape, etérea y frágil, delicada y sutil como una nube de vapor.
Pero lo que él no sabe es que Mariela los días de lluvia, como hoy, también se sienta en una mecedora y ve la lluvia caer a través del cristal de la ventana. Su gata ronronea en su regazo mientras ella le acaricia la cabeza. Es domingo y posiblemente esta sea la última lluvia del invierno. Pronto llegará la primavera y en Semana Santa siempre ve a Paco porque va al barrio a hacer la procesión de nazarenos. Todos llevan la cara tapada con el capuchón pero sabe quién es él. Los tambores le ensordecen los oídos y el duelo permanente, inútil y tonto de la Semana Santa la ponen de mal humor, pero siempre va a ver la procesión.
Un jueves santo, ella sintió la misma sensación en los rizos que cuando era pequeña, se giró y se encontró con los ojos de Paco. El tiempo se detuvo y la vida dio otra oportunidad. La misma oportunidad que se escondía tras el balón de fútbol y el bocadillo de Nocilla. La misma oportunidad de un sobresaliente en dibujo. La misma oportunidad del patio del colegio. Pero los humanos pocas veces atrapan los segundos y mientras ella se alejó para no oír el lamento monótono de los tambores él buscó refugio en el capuchón de penitente
Cuando lo recuerda ve un niño moreno, guapo, callado, introvertido, sereno, demasiado serio para ser un niño. Y ella siempre sentía la mirada de él en sus rizos. En el colegio todos decían que iba para médico y por lo que tiene entendido, hoy no es Paco, sino el cardiólogo Francisco Beltrán. Del sobresaliente nunca bajó salvo en las asignaturas marías, justo las únicas en que Mariela destacaba: dibujo, manuales y gimnasia. Entonces ella pensaba que era muy aburrido, ahora piensa que era un niño interesante.
Acabaron la escuela y él fue a otro instituto. Mariela siguió destacando sólo en dibujo y estudió bellas artes. Sabían poco el uno del otro y ella sustituyó su admiración hacia Paco por el amor hacia el barro y su versatilidad. Por el placer de introducir las manos en él sintiendo cómo la sola mezcla de tierra y agua pude masajear las palmas y las yemas de los dedos. Moldear. Crear. Construir. Jugar a ser Dios y formar seres a imagen y semejanza de todos o de nadie. Seres risueños, animales deformes, gorditas satisfechas, hermosas y maternales, hombres esbeltos, Adonis de barro. Soñar con el proyecto que toma forma con el movimiento de las manos y los dedos, como en un baile en el que el compañero se va haciendo grande con cada movimiento. Los lienzos en blanco eran la aventura. La oportunidad de adentrarse en un mundo de sueños y plasmarlos luego en la blancura infinita. Y a veces, entre las esculturas de barro, entre los hombres pintados en el lienzo, a veces, creía que alguno de esos personajes se parecía a Paco.
Cuando acabó bellas artes decidió montarse un estudio donde enseñaba a pintar y a modelar a mujeres maduras con hijos mayores y sin ninguna pasión por el marido que buscaban evasión y un medio de expresión.
Normalmente no se acuerda de él . Sólo cuando oye redobles de tambores o cuando como hoy, una tarde lluviosa de domingo la soledad le habla al oído y le deja en la boca sabor a naranja podrida. Entonces aparece Paco como una página de su vida con signo de interrogación.
Y transcurren tres meses. La tarde lluviosa de domingo pasa la página y surge una primavera con la rutina cíclica de redobles de tambores, horizontes violetas y páginas de vida con signos de interrogación. Nadie espera que cambie nada. Pero en un hospital un llanto de niña se abre paso a la vida y Francisco Beltrán vuelve a llorar lágrimas de emoción mientras unos rizos de niña traviesa le enturbian la mente y arrima aquel pequeño ser a sus labios . Que seas tan libre como Mariela, le susurra a su hija con sonrisa feliz y nostálgica. Después devuelve la niña a su cuna y decide que ha llegado el momento de cruzar el horizonte violeta.
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Unas campanillas avisan a Mariela de que alguien llegó. Huele a incienso y a pintura, a arcilla y a artesanía. Espera nervioso en la entrada y da una vista rápida a los cuadros. En uno de los lienzos se puede ver un mar tranquilo con un horizonte violeta y de este horizonte sale una mujer morena con rizos indomables que anda por el agua con un vestido transparente. Le da un vuelco el corazón.
Mariela sale de la trastienda y no puede disimular su asombro cuando lo ve. El tiempo lo ha engordado y le ha quitado pelo, aunque quizá, el tiempo no tenga tanta culpa y el gran responsable de ese desastre sea el sofá. Aún así, se da cuenta de que por primera vez su mirada es alegre.
Hola, ¿ te acuerdas de mí?. Sí, sí, claro. Mi mujer ha dado a luz una niña y quiero ese cuadro para regalárselo. Enhorabuena, ¿no me preguntas el precio?. No, lo quiero, me gusta mucho porque casualmente fue un sueño muy raro que tuve y mira por dónde me lo encuentro pintado aquí, en tu tienda. Yo tuve también un sueño parecido y por eso pinté el cuadro, aunque no creo que fuera casualmente como tú dices, las casualidades no existen
Sus rizos están recogidos en un moño grande, pero algunos son rebeldes y escapan a la dictadura del pasador. Ella sonríe de la misma manera que hace veinte años. O quizá no. Quizá su sonrisa sea aún más bonita porque ahora está envuelta en la serenidad de la madurez. ¡Cuantas veces la ha abrazado, le ha susurrado palabras que nadie ha escuchado nunca! ¡ cuantas veces ha besado el aire queriendo besarla a ella!
¿ Cómo se va a llamar tu niña?. Mariela.
Y le da un vuelco el corazón.