
gos y sus sombreros. En Londres fueron recibidos con gran cortesía y llevados a ver la ciudad. Un día, junto con sus acompañantes, los tibetanos se encontraron en el metro. Estaban estupefactos: ¡ Toda aquella gente bajo tierra! . Hombres vestidos de negro, con el bombín en la cabeza leían el periódico mientras bajaban por las escaleras mecánicas. La gente se aglomeraba en los pasillos corriendo para no perder su tren. Nadie hablaba. Nadie sonreía. El jefe de los tibetanos se vuelve, lleno de compasión hacia uno de sus acompañantes ingleses y le dice: " ¿ qué podemos hacer por ustedes?."
Tiziano Terzani.