Querida hermana :
Te escribo desde el lugar donde las montañas se funden con el atardecer y saludan al sol en el amanecer. Todavía el verde es el dueño de este paraje pero ante tanta belleza, hemos venido para una despedida que se prolonga.
Y nuestro corazón está de luto por el sufrimiento que no cesa.
El sufrimiento siempre parece infinito y cuando termina deja un poso de agotamiento que tarda en evaporarse.
Y aún así, disfrutamos de los caminos que conforman este lugar, de la llegada lenta del otoño, del aroma a verde y las mariposas grandes. Intentamos suavizar la dureza de las piedras que siempre encontramos en los senderos. Intentamos ser ciclámenes creciendo al amparo de las rocas.
Somos todo eso y mucho más. Mosaicos hechos de trocitos de colores que forman un todo y dependen unos de otros para ser algo.
Qué filósofa me estoy poniendo. Quizá el silencio me lleva a ir hacia dentro...
¿Sabes? En el estanque donde comienza el sendero, los nenúfares han crecido mucho. No los había visto desde hace dos años. La verdad es que pensándolo bien, dos años puede ser toda una vida y da tiempo a crecer, a morir y a renacer. El tiempo siempre encuentra tiempo para todo.
Que las hojas que comienzan a caer lleven hasta ti mi abrazo.
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Texto: Cris Carrasco García
Imagen: Cris Carrasco García