Desayunos serenos
acompañados de té
y fotografías
que llevan a lugares
con sabor a chocolate
o a pinturas que ofrecen
invierno y lluvia
despacio y en silencio
al filo de la mañana.
Y a pesar del sinsentido,
cuando te pienso
no siento dolor, ni ira,
ni odio.
Sólo una paz desmesurada
que me lleva a dedicarte
los pequeños méritos
del tesón cotidiano.
¿Será a ésto
a lo que llaman madurez?