
A Elvira le encanta jugar a ser invisible. Esto no sería nada extraño viniendo de una niña, pero es que Elvira es una mujer que roza la cuarentena. O mejor dicho, Elvira no es ya una mujer y cuando cree que juega a la invisibilidad sólo está viviendo la realidad.
Elvira trabaja en una librería bellísima con estanterías de madera pintadas de colores y mesas camilla donde la gente se puede sentar y hojear los libros que le gustan. Hay marionetas que cuelgan del techo y las paredes y todo el ambiente está impregnado de esencias que recuerdan el jazmín, la mirra y el sándalo. Pero hay algo más que todos sienten y nadie cuenta.
Cuando una persona atraviesa la puerta y suenan las campanillas , de repente siente un susurro. Es una vocecita frágil pero nítida que le dice Ve a la sección… y abre el libro…. Es un susurro que nadie puede evadir. Y cuando la persona llega a la sección y abre el libro que la vocecita le ha indicado, encuentra una señal, un camino para lograr sus sueños.
: “ ¿ Quién te dijo que deseo una vida feliz, Severo? Es el último adjetivo que emplearía para definir el futuro al cual aspiro. Quiero una vida interesante, aventurera, diferente, apasionada, en fin, cualquier cosa antes que feliz”. Esto leyó Patricia cuando la voz le dijo que fuera a la sección de novela latinoamericana y abriera Retrato en Sepia de Isabel Allende. Cerró de golpe el libro y salió corriendo con él debajo del brazo.

Viviendo en un barrio donde lo normal es casarse a los veintipocos años, ser madre a los veintitantos y empezar a quejarse de la rutina a los treinta, soñar con zapatos rojos y kilómetros parece que está prohibido, pero cuando a los deseos se les ponen palabras sólo queda un camino: salir corriendo a cumplirlos.
Un jueves a las doce en punto del mediodía entró en la librería Andrés y la voz fue clara: poesía anglosajona… ella te está esperando. Allí, un poema de ella :” ” Los deseos se forjan de noche con los ojos cerrados. Se tejen de día con las manos abiertas. Se alcanzan al atardecer con los pies cansados. Alza la mirada . Todo está por vivir.” Andrés alzó la mirada y se topó con un cartel anunciador de un recital de poesía. Ella iba a contar sus poemas. Ella con su mirada lo invitaba a ir…y desde entonces, Andrés piensa que la poesía tiene nombre de mujer anglosajona y olor a sándalo.
Y ese es el extraño día a día de esta tienda. Cada persona que entra en la librería siente el susurro. La sección. El libro. Las letras. El camino. Pero nadie habla de ello, algunos creen que por temor a que los llamen locos, otros prefieren no pensar en lo que ocurre, aunque la verdad es otra muy distinta. Nadie habla de la voz dulce que susurra porque todos temen que al contarlo la voz se evapore como los besos no dados.
Y así sigue Elvira, susurrando destinos a quien nadie la ve creyendo que juega al escondite. Atrapada entre los rizos despeinados de las nubes y los pies profundos de la Tierra. ¿Y si un día descubre que no juega a ser invisible?
