Me recibiste con los brazos abiertos y vestida de agua.
Yo no esperaba nada, no tenía un punto, ni un pensamiento,
ni un lugar donde anclar la brisa de tu noche
y aún así, me abriste las manos
con el gesto que no deja lugar a un resquicio de duda.
Te sentía cerca, te sentía bella.
Fuiste canal que termina en nacimiento
con ojos inundados de
luz de noche,
cañaveral donde esperan los pájaros la llegada de un nuevo
día
ignorante de la cara
muerta de la realidad:
madera, plástico, frivolidad de turismo amarrado a todas las
superficies.
No sé si fuiste o te soñé…
Pero sólo con habitar mi sueño, entonces ya fuiste.
Sí. En la realidad del mundo de Alicia,
en el lugar donde
levanto las nieblas de Avalon.
Allí, entre dos de todos los cosmos, estuviste.
Y me recibiste y te surqué y fuimos. Porque fuimos.
Como son los planetas, los satélites y los infinitos,
como la fantasía que inventa lo que ya existe.
Uno de los dos mundos estaba en agonía
y el sufrimiento de todos rondaba como un buitre que
espera su muerte.
¿Fuimos egoístas al ser felices cuando el mundo se
desangraba?
No. Porque vertimos amor donde ya no quedaba esperanza,
porque al cobijarme en tu húmedo cuerpo
cobijaste a todos los seres heridos, dolidos y hambrientos,
porque una gota de amor basta para redimir el universo del dolor.
Todo fue como debía ser
en la estación de los largos atardeceres
que terminan con el sol calado hasta los huesos por tus
aguas.
Así terminé yo. Porque fui tu sol, me humedecí contigo
y juntas esperamos a
la luna creciente para danzar descalzas
como sólo lo femenino sabe, como sólo la luna enseña.
Tuvo la belleza fugaz del cormorán que levanta el vuelo
y se pierde en el horizonte violáceo.
Era imposible no mirar al cielo
y juntar las manos
para dar las gracias
por tanto amor. Por tanta belleza.
Por tanta plenitud.
Por ser dos.
Por la confianza de abrirte en canal para mí.
Por mi valentía al elevarme en lo inestable.
No hubo fuego porque fuimos agua y brisa,
no se paró el tiempo porque avanzó hasta llevarnos
a la estación de los atardeceres teñidos de hojas,
no estoy partida en dos porque te llevo dentro,
no dejé en ti mi vida porque tú sumaste un corazón
donde no late el mío.
Pero fue pasión. Sí. Fue pasión.
Como lo es escribir poemas de agua,
o mirar los eclipses para buscar la sombra de la luna,
o estar sola entre una multitud de viandantes
sabiendo que puedes echar a volar.
Sí. Fue pasión.
Como lo es mirar las golondrinas después del invierno
o contemplar la dilatación de los días al final de la
primavera.
Terminó porque todo es efímero y las danzas acaban
cuando los pies duelen de tanto bailar
y debes caminar sobre tierra
firme
sin saber si has aprendido todos los nombres
con los que te llaman los barqueros y los pescadores.
Hoy me he decidido a escribirte
al lado del fuego de la estufa y con mitones de vagabunda
en la estación de las noches oscuras
porque entre el tráfico de la ciudad una garza ha venido a visitarme
y me ha dicho que no moras en el habitáculo de un recuerdo.
Existes con sólo cerrar los ojos o elevar el ancla.
Ahora, en lo sereno del invierno,
bendigo el brazo de mar que te hizo dulce,
te bendigo por ser agua
y me bendigo por ser la libélula que aprendió a tu lado
a dibujar el esbozo de
sus alas.
Cris Carrasco García
Imagen: Cris Carrasco García