Nos mantuvimos en otra frecuencia
que no alcanzan los ojos mortales
y aprendimos el lenguaje en morse:
dos latidos, pausa, el robo de un beso,
un baño en el mar de tu infancia, pausa.
Agradezco a la vida
que nunca fueras mío
para que nunca quisieras irte.
Imagen: Slava Fokk
Un día te hiciste mayor.
Lo supe porque dejaste de venir
a acurrucarte a mi lado
los domingos por la mañana.
Dejaste de buscar el calor
de mi costado
y mi mano distraída
haciéndote dibujos en el pelo.
Dejaste de pedir que te contara
cómo eras de pequeño
y cómo era yo y cómo tu abuelo
y apareciste, sabio ya.
Todo lo sabías en esa mañana triste.
Me costó acostumbrarme
a verte aparecer en la cocina
con el ceño fruncido, silencioso.
Tuve que aprender a quererte de nuevo,
también así, distante, gris.
Aprender que sólo era un baile de disfraces
en el que me tocaba adivinar
de qué ibas vestido,
pero sabiendo que siempre
detrás estabas tú,
igual que tú esperabas
que yo estuviera siempre
esperando sin disfraz.