En mi ignorancia, nunca sentí que nos unieran demasiadas cosas. Tú eras deportista. Para mí hacer deporte consiste en caminar algún rato deteniéndome a cada instante para contemplar una flor, sentir un aroma o poner en orden mis alocados pensamientos. Te gustaba la nieve. A mí sólo me atrae tras el calor de una ventana. Te colgaste una medalla olímpica. De mí alguien dijo alguna vez que escribía un poco bien. Fuiste una parte del show que debe continuar. Yo, en mi guarida de ermitaña espiritual, sólo percibía tu vacío.
Pero un día de verano, subiste una montaña y junto a un pino milenario, abandonaste tu cuerpo.
Te daba miedo el vacío. A mí también, hasta que comprendí que en el vacío cabe todo.
Lo que me abruma, ¿sabes?, Es cuando allá en lo alto, la montaña me muestra lo pequeña que soy. Tan pequeña como tú. Como cualquier ser humano.
No importa que ahora hablen de tu cuerpo y las huellas que el tiempo dejó en él. Lo abandonaste donde querías, junto a los árboles y la tierra, junto al viento y bajo la lluvia. Eso ya es felicidad.
Quizá cuando trascendemos la crisálida de nuestra piel y podemos volar no nos sentimos pequeñas.
Quizá cuando trascendemos la crisálida de nuestra piel y podemos volar no nos sentimos pequeñas.
Que por sus cálidos senderos, la nieve conduzca hasta ti mi abrazo.
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Texto: Cris Carrasco García
Imagen: Fred Calleri