

Cuando supo que hay cosas que se lloran siempre
aprendió una verdad : el tiempo no es un borrador que esfuma y olvida ,
sólo es un calmante que adormece y serena.
Entonces decidió:
“ le pondré a la desgracia zapatos de charol
y a cada lágrima zarcillos de plata
y a cada herida sabor de canela, chocolate, arroz con leche y ajonjolí.”
Y se fue por el camino escarpado de baldosas amarillas
menguando su figura en cada paso,
primero era mujer, después pareció niña,
un duende diminuto en la distancia
y una sombra definió su ausencia.
En el sendero, raíles de tren, soledades y libertades
Caminando a la par,
alas que se cortan y se convierten en omóplatos pesados,
y en el horizonte, interrogaciones de vapor…
Cuando los tejados cantaron sonatas de guitarras eléctricas
y los cucos sonrieron a través de los relojes,
volvió por el camino escarpado de baldosas amarillas.
La sombra de la ausencia se hizo duende,
el duende diminuto se hizo niña,
la niña una mujer de piel rizada
con zapatos de charol y zarcillos de plata
con olor a canela y chocolate, arroz con leche y ajonjolí.