Se llama Chiquie y es una superviviente. Quizá por eso es tan viejecita como el mundo. Ayer la operaron de un tumor (que resultaron ser tres en varias de sus mamas) y venció otra vez. Con su lengua caída porque ya no le queda ningún diente, con una catarata que le impide la visión en uno de sus ojos, pero también con su hambre de loba y su defensa enloquecidaa del territorio cuando oye que llaman a la puerta.
Ella poesee una cualidad que admiro profundamente tanto en los animales como en las personas: parece increíblemente frágil, extraordinariamente delicada, pero en realidad es fuerte como un roble.
Ayer la sentí desorientada, la oí quejarse y vi cómo el dolor tomaba su nombre, pero aún así, ella quiso agradecer mis caricias con su pequeña lengua de medio lado. Con su delicadeza que planta cara a la vida. Con su dulzura.