( Imagen de Victoria Francés extraída del blog diario del arte.blogspot.com)
Cuando llegó el momento de buscarme un nombre, mi comunidad acordó llamarme Extraña. Porque nunca me gustaron las tinieblas ni las orgías de sangre y en lugar de ir a las fiestas en los cementerios prefería soñar con palacios de cristal.
Mi comunidad intentaba no excluirme, pero al no comprenderme, sólo me toleraban. Hasta que un día, Él, nuestro jefe supremo, me habló:
“Debes buscar tu camino, Extraña. Con nosotros te consumes en las tinieblas y buscas la luz por cualquier rendija. Tu piel es tan transparente como la nuestra pero amas la luz y tus vestidos blancos nos deslumbran. Aquí siempre tendrás un lugar, pero sabes que tu mundo es otro”.
Decidí partir, en honor a ellos, la noche de las ánimas y desde el cementerio. Me pidieron permiso para celebrar el ritual de despedida vampírico que consiste en sorber, cada miembro de la comunidad, unas gotas de la sangre del que parte, aunque en mi caso, y dada mi repulsión hacia estos rituales, el único que sorbió fue Él. Después esperé la madrugada y comencé a caminar con los primeros rayos de sol. Bajo un árbol encontré unas mujeres vestidas de blanco que me guiaron al centro de la Tierra, donde estaba el palacio de cristal de mis sueños. Allí me esperaba la reina de todas nosotras.
--Bienvenida- Dijo- Por fin encontramos a nuestra hija perdida, la guardiana de los peregrinos en el Camino de Santiago.
Y desde entonces, ese es mi cometido.
Algunas madrugadas voy a los cementerios y visito a los miembros de mi antigua comunidad. Ya no me llaman Extraña, ahora saben que mi nombre es Meiga de Castro.