viernes, 22 de noviembre de 2013

Siento cada día miles de quejíos lastimeros


Siento cada día miles de quejíos lastimeros,
palabras de tristeza que se pretenden sabias
porque miran el llanto ,
las lágrimas,
lo serio,
lo oscuro,
lo triste,
lo gris,
la traición,
la pasión descarnada...
y yacen con la angustia,  la soberbia
y el egoísmo
de creerse en posesión del mayor dolor.
Me da miedo la enfermedad de aniquilarse
con la amargura,
la imposición del luto perenne
por las constantes heladas del invierno.
Quizá por ello
bendigo a los amantes de la luz,
a las tendedoras de corazones abiertos,
a las candeleras de manos temblorosas
pero firmes,
a los médicos de las nubes,
a las que saben que todo pasa
en esta rueda finita.
Intento conjurar el azabache de los tiempos
regalando sonrisas y miradas de limón y miel
porque tengo
una vida humana
y valiosa
como una gota de rocío para la sed
de la flor.
Tengo una maestra que me enseña
a dejar abierta la puerta de mi jaula
y un pozo sin fondo
donde cada mañana aprendo una palabra:
dulce,
amigo,
criatura,
esperanza,
gracias...
¿Quién dijo que no hay profundidad
en la alegría?

(Cristina Carrasco)
Imagen: Mariana Kalacheva