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viernes, 10 de octubre de 2014

10 de octubre de 2014

Nos ha llegado
la enfermedad del Sur...
sólo ahora duele. 
( Cristina Carrasco)


Imagen: Debora Morelli




Y es cierto que duele.
Y duele comprobar cómo se despersonaliza a una persona que voluntariamente quiso atender a los dos religiosos traídos de África con ébola, ( que su bardo sea sereno y tengan un pronto y feliz renacimiento).

Duele comprobar cómo pueden hacer que alguien se entere de que tiene una enfermedad grave a través de los medios de comunicación, que le maten a su perro sin pruebas de tener ningún contagio, simplemente porque en su ignorancia y miedo creen que muerto el perro se acabó la rabia.

Duele saberse en manos de instituciones que en un momento dado pueden apoderarse de tu vida, tu salud y tu cuerpo sin ni siquiera pedirte por favor si pueden hacerlo.

Duelen los medios de comunicación. Alarmistas en búsqueda de audiencia.

Duele que ahora. AHORA, que la enfermedad ha llegado al hombre blanco, los países "desarrollados" tomen medidas... Medidas que si el  tema no fuera tan serio, harían reír, como por ejemplo mandar a África al ejército... ¿ El ejército? ¿ Acaso van a matar el virus con metralletas? ¿ Dónde están los médicos y las enfermeras? ¿ Dónde los medicamentos? ¿ Dónde la investigación de esta enfermedad que comenzó hace dos décadas pero como sólo estaba en África nadie se molestaba en estudiar?

Y duele que estos días se me descarne la sociedad y me aparezca un hueso sin poesía.

Pero creo que me olvido de algo. Un pequeño detalle: alguien siguió cuidando de esta persona enferma aunque el traje protector le venía pequeño...

( Cristina Carrasco)

martes, 19 de agosto de 2014

19 de agosto de 2014

Escribiendo en el balcón rodeada de lluvia.
La montaña vuelve a ser una sombra, un esbozo. Los árboles de verde rabioso, borrachos de agua, claman al cielo y las flores asisten resignadas al espectáculo cotidiano del verano que se marchó de vacaciones.

(Cristina Carrasco)
Imagen: Barbara Zambon

domingo, 15 de junio de 2014

15 de junio de 2014


Levantarse pronto para ir a ver el mar. Tren, tranvía y arena. Las nueve y media de la mañana y poca gente saludando al sol, que regala algunos de sus rayos para que el agua brille con lentejuelas.
Comienzo a caminar aprovechando que no hace demasiado calor y que no hay, todavía, demasiadas personas . Y pocos metros después de este comienzo, a mi izquierda, surge un grupo de chicas que van de despedida de soltera. Animadas, alegres, acompañadas por dos fotógrafas profesionales recogiendo para la posteridad esos momentos, poniéndose crema protectora y entre todas ellas, una chica albina se embadurna de crema mientras otra la protege con una sombrilla blanca y coqueta. Esta chica me hace recordar el cuento de La rosa albina , un relato que habla del miedo hacia los y las que son diferentes.
Sigo caminando y otro gran grupo de mujeres, esta vez musulmanas, tapadas de los pies a la cabeza dejando al descubierto sólo la cara. La mayoría viste con prendas vaporosas y los pañuelos en la cabeza son de colores oscuros pero de un gasa muy etérea. Alrededor de ellas, dos o tres carritos de niño. Intento fijarme en sus caras cuidando de no parecer entrometida y me doy cuenta de que la mayoría son muy jóvenes. Unas están sentadas sobre la arena, conversan entre ellas y se sonríen. Parecen felices y serenas.
Un poco más lejos, donde ya no hay pequeños enjambres de familias domingueras, casi en la orilla del mar, una mujer solitaria de cerca de sesenta años (si no los tiene ya o los sobrepasa), delgada, con el pelo blanco por debajo de los pechos y recogido en dos trenzas como una india americana.
No pasa nada, no hay nada que conecte a estos grupos ni a esta mujer entre ellas, salvo un sábado por la mañana de junio en una playa de Valencia con el mar vestido de lentejuelas solares y varias gaviotas plateadas buscando comida.
Parece simple, pero no lo es tanto. 

(Cristina Carrasco)
Imagen: Margarita Sikorskaia

domingo, 8 de junio de 2014

8 de junio de 2014



Personas sentadas en el césped, algunas en grandes grupos, tocando bongos, guitarras, cantando o jugando con niños y niñas.
Una señora con dos varillas unidas por dos cuerdas hace unas pompas de jabón grandísimas y nos quedamos mirando durante un buen rato, pero ella no se da cuenta, ¿o sí?.
Aroma de mijo, pita, cous-cous,  especias de la India y  libertad. En el fondo del todo, al final o al principio, según se mire, un escenario con música reaggie donde un rastafari canta imitando a Bob Marley. 
En un banco del principio, o del final, según se mire, tres mamás sentadas dando de mamar a sus bebés. Niños y niñas, con el pelo revuelto, caminando libres detrás de perros, gatos, otros niños o de pompas de jabón. Marionetas nuevas que imitan las antiguas. Reivindicaciones, pancartas, Amnistía Internacional, Radio Klara (aquellos años de adolescencia....), Salvem el Cabanyal, Unicef... Una empresa que hace casas de balas de paja ¡qué bonitas!. Gente comiendo, bebiendo cerveza y zumos naturales, rastas, tatuajes. No hay protocolo, sólo el imprescindible, el riguroso, el que se confunde con la más mínima ley cívica.
Ligera brisa marina que alivia el calor.
Poesía en movimiento. Marea humana. Alegría. Pelo largo. Mestizaje. Charlas, palabras en el viento, escucha. Fiesta. Pies descalzos sobre la hierba.
- Tía, he visto una señora con el pelo azul.
-¿A que es bonito? La yaya se tinta el pelo rojo y ella se tinta el pelo azul.
- Sí, es bonito. 
-¿Te gustan los hippies, peque?
-No.
-Bueno, pues ya te gustarán.
-Vale.
Bailemos porque otra forma de vida es posible. 

(Cristina Carrasco)
Imagen: Gina Lane