Seguimos en esta noche lorquiana que nos ha llegado en forma de barrancada ya con menos enfado que la última vez que pasé por aquí e intentando mantener el tipo a base de humor que a veces me sale bien y a veces no.
Mi rutina y la de tod@s l@s que andamos por aquí y alrededores se rompió para quizá nunca volver a ser la misma el 29 de octubre. Y a partir de entonces, el caos.
El metro no funciona y no lo hará al menos hasta mayo, por lo tanto he debido dejar el curso en la universidad que tanto me gustaba. El año que viene me han dicho que lo volverán a hacer. El día 3 de diciembre comenzaba otro y la semana que viene haré un ensayo general con los autobuses lanzadera que nos han traído desde Madrid (MUCHÍSIMAS GRACIAS) y que nos llevan direct@s desde el pueblo hasta Valencia ciudad. Ojalá pueda hacer este curso. Cruzo los dedos. Los días laborables en hora punta las lanzaderas van hasta la bandera y hay una cola de hasta diez minutos. La hora de comienzo de las clases no es hora punta, pero la de salida sí, así que ya veremos.
Lo que antes se hacía en un momento, ahora es una carrera de fondo. Todo es más lento. Cuesta más. Requiere más tiempo.
Cuando te encuentras con alguien lo primero que hace es contarte dónde estaba la tarde-noche en que pasó todo. Yo también lo cuento a l@s demás. Estaba en casa. Era martes y tenía clase pero no fui porque mi compañera de vida sigue las predicciones metereológicas día a día y sabía que iban a venir lluvias torrenciales, así que avisé y me quedé en casa. Menos mal porque si hubiera ido el agua me hubiera pillado en el metro volviendo y no hubiera podido llegar a casa. Pero en mi caso todo salió bien. Otr@s no tuvieron tanta suerte.
Haber perdido el coche no se ve como una desgracia. Se ve como lo normal y es muy común que alguien te diga: "Mi hermana vive en Picanya, no le ha pasado nada porque vive en piso, sólo el coche..." y la otra persona suele decir: "Menos mal". Y ahí acaba todo.
Todo el mundo ha ido a ayudar a un amigo, amiga, familiar o desconocido a quitar barro. Todo el mundo ha compartido vía redes sociales peticiones de ayuda. Todo el mundo ha tardado al menos dos horas en coche para llegar a Valencia, un trayecto que en circunstancias normales cuesta quince minutos. Y todo el mundo sabemos que el camino de recuperación y vuelta a la normalidad será largo.
Esta mañana me decía una amiga de Paiporta a quien se le ha inundado la parte de abajo de su casa y también ha perdido el coche:" Es que no se puede ni salir a pasear para despejar un poco la mente" porque el paseo lo único que hace es recordarte lo que ha pasado, cómo ha pasado, por dónde ha ido el agua, qué falta, qué ya no está, quién ya no está...
Recuerdo que las veces que fui al centro penitenciario de Picassent a dar talleres de poesía, mi sensación era que la cárcel es un lugar perfectamente diseñado para que en ningún momento se te olvide dónde estás. Pues eso ha pasado con esta barrancada: si alguien sobrenatural la diseñó, lo hizo para que en ningún momento podamos olvidar lo que ha pasado.
Y aún así, no perdemos la esperanza ni el humor. Porque no vale la pena perder la esperanza ni el humor. Si perdemos eso ¿qué nos queda? Sólo barro.
En el pueblo se ven continuamente coches, furgonetas, todoterrenos y camiones de ayuda humanitaria. Vienen del mundo entero. El otro día estaba con la perrita y vi pasar una camioneta de ayuda humanitaria de Ukrania. Por unos momentos, décimas de segundo, pensé que éramos nosotr@s los que les mandábamos ayuda, pero después caí en la cuenta de que eran ell@s l@s que habían venido a ayudarnos ¡ELL@S! que están en medio de una guerra. Ell@s vienen a ayudarnos ¿cómo no emocionarse? ¿Cómo no volver a casa con el corazón encogido pero rebosante de agradecimiento?
Y me quedo con eso y con más.
Todo ésto me ha pillado en medio de una búsqueda personal y quién sabe si en lugar de entorpecer mi búsqueda no será un acicate para encontrar la sensación que perdí cuando se me vino abajo un castillo personal.
Quién sabe.
Lo único de lo que estoy segura es que mi pueblo y yo durante mucho tiempo, cada vez que oigamos llover, tendremos miedo.
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Texto: Cris Carrasco García
Imágenes: Cris Carrasco García
Foto 1: El barranco días después de desbordarse a su paso por detrás de casa.
Foto 2: Última foto que hice desde un vagón del metro volviendo de clase.
Foto 3: Nota de agradecimiento que dejé en el capot de un coche de voluntari@s de la
Ertzaintza.